jueves, 2 de septiembre de 2010

Toda la delantera en orsái (ed. Último Reino, 2001)




TODA LA DELANTERA EN ORSÁI.





Cuando el mundo tira para abajo
es mejor no estar atado a nada.
Charly García





Quiero que te hagas una idea clara, si eso es posible por cómo son las cosas y por ser contadas, de lo que está surgiendo y lo que te pasará y tocará vivir, ya que a mí se me acaba el tiempo.
Esta mañana me desperté según el ritual folclórico, abriendo los ojos al mundo exterior, aunque tengo últimamente una vigilia más despierta y despabilada que la de ojos abiertos: mis sueños, en los que incluyo pesadillas junto a las cuales el existencialismo, Gregorio Samsa y los laberintos, espejos y los hombres enmierdados de la última literatura de lo subterráneo, son visión infantil de un parque de diversiones. No porque aparezcan monstruos más horripilantes y de más ojos y cabezas y colas de escorpiones a lo Jerónimo Bosco, sino por los perfiles nítidos, creíbles y reales que los configuran.
A veces, o quizá siempre, lo amedrentante no es lo descabellado sino lo real (invisible para la mayoría momificada). Son más espantosas y apocalípticas Las Meninas que las obras de Stephen King. Ni qué decir del odio y la ira subyacentes y contagiosas de los cuadros de dos moneditas, llenos de árboles que bordean un lago con aguas limpias, flores de arco iris y cielos despejados: si a esto se le incluye un niño pescando desde un puente de madera robusta, no hay corazón ni fibras nerviosas ni esfínteres que soporten el trance.
Una mujer con dos cabezas, antenitas, tres pechos suculentos y traste en la delantera puede -en mi caso y en el de Dalí- resultar simpática, atractiva, misteriosamente sexi. Pero una gorda comiendo chicle y manejando una PC, me llevaría al suicidio. Porque un monstruo venusino puede ser la corporización de una mente enferma o una licencia artística, pero qué decir de la manyachicle computarizada.
A nadie le asustaría ya perderse en un callejón oscuro y toparse con Jack el Destripador, pero ¿si en una plaza se encontrara con un hombre bueno, con un santo? ¿y si lo encontrara en un Banco o en el Ministerio de Justicia? ¿Quién soportaría la magnética presión de su aura, de sus palabras simples, de su mirada franca?
En una zona minada por la radiación de sucesivas explosiones nucleares, el hallazgo de una rana o un yuyito común, serían más incoherentes que la de un cráter de abscesos y ríos de pus.
Me voy a tomar un whisky berreta y a fumar un poco para calmarme.




Continúo. Bajé a la Plaza Moreno a despejarme un poco. No te imaginás, no podés imaginarte la gravedad de lo que vi.
Deambulé un rato por la periferia, lentamente los pasos, las imágenes en cambio en torbellino. Hasta que fui a la fuente -es incontable, intransferible, me sobrecoge el recuerdo-, me instalé en el banco de cemento que está junto a la fuente del otoño. El sol está cayendo y tras los edificios el crepúsculo arranca jirones de oscuridad al resto del cielo azul-negro. Es una bandada de canarios perseguida por un lobo. La gente pasea con sus niños entriciclados, devoran cubanitos y chupetines, son perseguidos por globos de colores lisérgicos. A la hora propicia y consabida se encienden las luces de la fuente y todo lo veo desde el banco a través del agua amarilla por capricho municipal. Una postal viviente llovida de amarillos, de amarillogrises, si podés entenderme.
Y entonces ocurrió: yo estoy al margen y veo la película real y grotesca de gente desconocida pero espantosamente cotidiana: chicos en veloces bicicletas que se persiguen a través de mi cortina de agua gris, de agua amarilla. Es una postal novedosa, recién hecha pero repetida, clonada. Me quedo duro hasta que un niño pasa a mi lado, se detiene ahí cerca, junto a mí, tendrá dos o tres años, y comienza a observas los ladrillos rojos de la catedral vueltos amarillos, las gentes amarillentas, biliosas, el crepúsculo de un amarillo anterior y cercano, repulsivo; me sonríe y se va.
Después sigo, detengo aquí la grabación porque no puedo soportar la imagen de EL color, la visión del agua que me desfigura las caras, los gestos y los caracteres.



Bueno... ¿dónde estaba? A veces se me olvidan las cosas más importantes y me acuerdo de pavadas. Pero no termina ahí el asunto porque esos hechos nimios se transforman en gigantes para mí.
No puedo pasar por alto esos acontecimientos "secundarios" o "terciarios", la tremenda crisis energética me tiene sin cuidado pero el hallazgo de una mirada infantil y simple me sobresalta por una semana.
Me ne fregan los viajes interplanetarios. ¡Me ne fregan! Pero cuando por televisión, en esos programas de discusiones sobre cualquier tema, en medio de las burradas que se dicen "normalmente", surge un "anormal" que preconiza una verdad -aunque sea de bolsillo- en lugar de alegrarme y aplaudir la evidencia de lo cierto... ¿qué me pasa, entonces? Estoy tres noches sin dormir. Sin dormir. Y la cabeza me estalla.



Vos me vas a entender, espero.
Conozco mi fama de loquito, de ido. No soy tan tonto como parezco o como a veces simulaba ser.
¿Quién es el loquito en una reunión de amigos en la que se malgasta el tiempo hablando de fútbol, de bebidas, de los problemas que acarrea el placard nuevo, de lo buena que está la publicidad de detergente?
No es, como vos sabrás, no es que pretenda que se hable de teología, filosofía hindú. No, qué va. Pero si hablamos de fútbol coloquemos el diálogo en su escaque correspondiente, no se puede mover el caballo como el alfil, ni viceversa. Me molesta el manoseo: el de los grandes temas es común, pero por otra parte cargar de significados revolucionarios la rotura del espejo retrovisor, convertir una gaseosa en el centro cósmico. No, por favor. Paren, che, que yo me bajo del tren, de esta nave de los locos al revés...
Está gordo el pajarito, decía mi tía por hablar nomás.



No me molestaba que me miraran los "amigos" entre risitas, como diciendo bueno, sí, pero... o que se codearan en el trabajo cuando yo salía con chifladuras. No. Te repito que no, porque eso hasta me alegraba: veían alguna diferencia entre un tipo de la masa y yo aunque tomaran partido por el común.
Lo que me hace piltrafa de cavilaciones es que centren sus vidas en el crédito del auto y el placard.



Después del descansito anterior, sigo: estuve repensando lo que te dije recién, lo volví a escuchar y estuve a punto de borrarlo, pero prefiero que lo oigas así aunque haya contramarchas y desniveles entre visión profunda del caos amarillo y una miradita superficial al desarreglo crédito-placard-ónfalos.
Estuve pensando que al fin y al fin (porque el cabo es el fin), aquello es lo normal. Lo asombroso sería que no ocurriera: que en la cola del cine se hablara no de la rifa sino de la apreciación personal de la realidad, de toda la realidad, la que se ve, la que no se ve pero es, la que todavía no es pero ya se intuye, la que se ve pero no es. Sin embargo eso parece, ¿o es?, imposible.
Te repito que las caries y los cánceres no me arredran; me hacen trastabillar los dientes sano y limpios inmersos en tanto chocolate y nicotina.
¿Por qué entre una raza de antropoides aparece un hombre y me conmueve? Esto de conmoverme es lo de menos porque podría interpretarse como una deficiencia mía. Y sobre todo me parece, no me parece, ES, un signo del fin.



Cuando 0vos mirás desde el tren las casas, los árboles, las vacas, la gente, te parecen por la velocidad fundirse en una sola imagen borrosa, sin perfiles. Algo así como la masificación de la que vienen hablando tantos . Nunca me dio la impresión de ser monstruoso ese collage, ese rejunte de distinciones que se sueldan como plomos derretidos o, mejor aún, se mezclan como agua y aceite perdiendo sus formas y conservando solamente un atisbo fantasmal de su entidad.
En cambio sí me altera lo contrario. Varias veces me ha pasado ver una ciudad detenida. No sé cómo explicarte, espero que suplas con tu imaginación las deficiencias de mi relato.
Salgo a caminar todas las tardes un poco. Y prácticamente todas me ocurre lo mismo: los autos, las luces que titilan en los letreros, la gente que pasea o regresa del trabajo, comienzan a disminuir muy lenta e imperceptiblemente la velocidad. No hay disritmos entre ellos; se van haciendo lentos, hasta parecer fijos.
Para no llamar la atención con mi paso vertiginoso, me siento en algún bar o me apoyo contra cualquier pared, fijo, estatuario, tratando de silenciar el malambo de mi corazón que retumba en las paredes delatándome, hasta que todo recobra su ritmo habitual. ¿Pero, te das cuenta?, ellos, todo y yo parecemos estar en la misma actitud pero somos distintos, distintos.
A esta impresión de cámara lenta, no se escapa ningún detalle, ni el suave balancearse de las ramas ni el vuelo de bandadas de gaviotas ni el curso de las nubes. Solo yo estoy al margen. Y solo yo lo sé. Y disimulo.
Y paralelamente me sucede. Noto que los contornos son más firmes, algo así como fotos cuyos bordes fueron recorridos por un lápiz. No se confunde un papel que cae con el fondo del mismo color de una pared. Conserva bien nítidas sus aristas y sus letras y tonos.
Tanto es así que a veces me da la impresión de que ese árbol está recién colocado ahí. ¿Me entendés? No es un árbol nuevo, es el mismo que estaba ayer -comprobación que hice con marcas de cortaplumas-, es exactamente el mismo árbol o finge serlo con gran naturalidad pero parece recién puesto y con sus lados perfectos, dibujados por un pincel certero hasta en las ramas y hojitas más imperceptibles.
Y exactamente lo mismo ocurre con las gentes, las intenciones, los pensamientos. Mientras los míos se diluyen inasibles para mí por la velocidad del tren, el resto me resulta cristalino. No hay impulso emocional, sueño o apetencia, cansancio o alegría que no perciba como si lo viera -y así parece ser- en un cuadro de un novato que ha marcado, al concluir, sus figuras con un resaltador negro de trazo grueso.



Quizá a esta altura vos pensés que subjetivizo demasiado, que me intereso excesivamente por lo exterior, lo introduzco en mí y al llenarme no me deja espacio para el equilibrio personal. Quizá pensés que estoy cargando un solo lado de mi balanza interior. Puede ser... sí, es muy probable. Pero de una cosa estoy seguro, no sobreactúo, ni siquiera actúo. Estoy viviendo mi vida sin conocer para ella el sistema de Stanislawsky. Vivo, me zambullo en la corriente de mis experiencias, me salpico y ahogo de episodios de toda jerarquía y no tomo la mínima distancia.
Recuerdo ahora mis épocas de actor vocacional en la escuela de teatro de La Plata. Había un profesor, hace de esto unos diez años, que insistía con el sistema de Stanislawsky: tomen distancia (¿era Lorca o Chejov?). Ustedes tienen que saber que están actuando, tienen que verse desde afuera, tienen que posesionarse del personaje, ser ellos mismos pero nunca olvidar que actúan. Recuerdo que yo no podía hacerlo, de ningún modo. Me metía hasta el fondo en el alma del personaje. Yo nunca fui actor, por lo visto era medium. Lloraba cuando había que llorar pero porque lo necesitaba yo, no por acotación del autor o del director. En las obras buenas que hicimos yo me destacaba en mi papel, pero en las otras desentonaba por completo... no solo en la mediocres sino también con el absurdo. Jamás pude hacer ni medianamente bien un personaje de Ionesco.
HOY ES IGUAL. Siempre igual. Estoy METIDO en mi papel de hombre hasta perder la conciencia, hasta el DELIRIO o la MEDIUMNIDAD.



¡Lo mismo, pero exactamente lo mismo que me pasó con la fuente del otoño en Plaza Moreno! No te lo repito porque podés volver a escucharlo con solo apretar un botón.
Lo mismo me pasa con las caras: yo no sé si es que miro mal, como desenfocado, quizá mire un metro atrás de donde están los rostros y ocurre...
Empiezo a observar a alguien y de a poco surge un nuevo rostro desde atrás del que veía. Primero desfigurado, esfumado, pero luego -y acá está lo que me certifica que no enfoco mal-, luego, te decía, aparece otra cara, con toda nitidez. Detrás de una expresión cotidiana aparece una estereotipada con algún pecado, perversión, raramente con alguna virtud. Muy raramente. Pero no es un deshojarse como lo que le parecía a Pirandello (esos rostros ocultos, sucesivos, de cebolla), no, es EL rostro; y aflora ante mí en medio de situaciones triviales como por ejemplo pedir fuego a un desconocido o darle paso a una mujer en la puerta del banco.
¿Y sabés que predomina? Una cara de imbecilidad, siniestra de tan imbécil. Una cara, una expresión de estupidez supina. Pero, no sé si ya te lo dije, no quiero aunque repita volver en la grabación, porque esta impresión me resulta muy difícil de explicar aunque nítida. Así como en el caso del tren y la película demorada... los rostros al ¿enfocar mal? mi mirada no se desdibujan como palos al borde de un camino, se marcan CON MAYOR INTENSIDAD, se acentúan los defectos y virtudes. Y hay un común denominador: la estupidez, el anquilosamiento, la pancita burguesa, la cara de vaca tonta mirando el alambre.
Hay más. Por supuesto que me he mirado yo también en el espejo. Con gran temor. Te lo abrevio: me observé y vi como en los otros casos mi rostro revelador, profundo, exacto surgiendo de lugares desconocidos, apareciendo como un barco en la neblina. ¿Cuál fue el resultado? Hallé una rotunda expresión imbécil. Casi aterrado repetí la experiencia y la comprobé con creces. Noté que la nada se había ensañado conmigo.



Dije hace un rato que me aterró la comprobación de la idiotez generalizada y mi participación. Pero no porque me quiera demasiado sino porque me preocupa que nadie deje de participar de esa conducta. ¡Ni siquiera los niños! En los que he visto hasta ahora, siempre, la imbecilidad duplicada de sus padres. Y , ¿podrás creerme?, los perros que esta gente pasea, sus casas, sus plantas, todo lo que los rodea participa de su estado como una epidemia imparable que afecta seres vivos e inanimados. Manifiesta la peste un caos o una nadificación que se asoma de lo hondo y gana terreno de manera exponencial.



Claro, cuando oigas lo que sigue seguramente pensarás "nada le viene bien", y puede que tengas razón. En fin, es esto: tampoco dejaría de impresionarme grandemente ver a alguien sin esa expresión. Sin hipérbole, me quitaría el sueño.
Estuve tratando de entender esta aparente paradoja, no soy precisamente lo que se dice un teórico, objetivo filósofo o crítico sagaz, como habrás notado en nuestra antigua y ya lejana convivencia (lejana en por las experiencias que me la separan más que por el tiempo transcurrido), y como irás entendiendo al escucharme entraría yo mejor en la categoría de los intuitivos lindera por cierto con la esquizofrenia, la paranoia o alguna especie de delirium tremens provocado por algo ajeno a la bebida... Y bien, mis conclusiones son que me impresiona todo y me amedrentan y conmueven ambos opuestos porque todo es impresionante, amedrentante y conmovedor. Tanto el frente como el revés del monstruo. Babor o estribor. Arriba o abajo. Eso en primer lugar: que la realidad, toda la realidad, es hoy una experiencia sacudidora, tanto en hechos aparentemente negativos como positivos. Así, me preocupa la estupidez general de los rostros profundos como me alteraría cualquier excepción. Quizá por la perogrullada de que ésta confirma la regla, pero sobre todo porque el estado general es el de una caída inminente, la humanidad se acorrala y los que puedan estar al margen (no he visto ninguno) certificarían con validez universal para mí, que mi visión es adecuada, lamentablemente ajustada a lo que ocurre.
¿Lamentablemente? ¿Por qué "lamentablemente"? ¿qué es lo que deba yo lamentar? ¿No será más justo decir "necesariamente"? o ¿consecuentemente? No sé, ni tengo muchas ganas de analizarlo porque quizá no modifique nada la diferencia. ¿Querés un acertijo, Antonio? Te lo cedo. Mi opinión apurada: "consecuentemente", porque -te lo explico a mi manera- si a nuestra civilización le salen branquias es por haber vivido muchísimo tiempo en el agua.



¿No tuviste nunca la impresión de lo absurdo exacerbado? ¿lo ridículo tan ridículo en otro que no lo nota, que te hace avergonzar a vos? Tal vez por ser espectador, o por pertenecer al mismo paño de la humanidad.
He tenido además, sigo teniendo, la percepción de lo grotesco. En varias ocasiones me pareció que los que allí se movían estaban representando un sainete... Me torturó la sospecha de ver esto por un inconsciente orgullo o soberbia pero finalmente disminuyó mi culparme siempre, porque pensé que yo también era actor protagónico del sainete grotesco, solo que aún no había entrado en escena.
Por hoy, es demasiado. Es tarde y me voy a dormir esperando que las pesadillas no me hagan sudar y que algún sueño reconfortante aletargue estas visiones mías.



Recién, al afeitarme, noté que tengo una cara huesuda y algo pálida. No, no es palidez la mía (recuerdo dolorosamente ahora un pálido rostro de mujer... pero eso es feta de otro sánguche). Es como un frío. Sí. Un hielo que me endurece por dentro y se me nota en la cara. Si me hicieran fondo de ojos, o una radiografía, o algo que mostrara mi interior, hallarían un azulado témpano que me impide los movimientos externos y me arde aquí, entre pecho y espalda.
Estoy fríamente solidificado y mis pupilas se dilatan por un calor excesivo, que me hacen temer una explosión. Los oídos padecen un zumbido continuo e insoportable por las dos temperaturas extremas entre las que se mueven.
Estoy seguro de estos contrastes violentos pero no de la ubicación de mi polo y mi ecuador: ¿es que el hielo está adentro y la temperatura solar del exterior me hace estallar ojos y oídos? Quizá llegue entonces el fuego a mi interior algún día. ¿O será que aquí hay un brasero sobre el que se ciernen témpanos momificantes? ¿Habrá quizás en mí un equilibrio como el del infierno, donde las temperaturas extremas cohabitan, Dante Alighieri? Tal vez sea yo un Efesto antártico o en una de esas soy un iceberg caribeño.
Sé que ciertamente lo que tocan mis manos se funde, se marca como un postre Balcarce, y queda mi nombre para siempre, si se sabe leer. No sé, vuelvo a decirte, si porque quemo las cosas o porque me derriten pero ALGO sucede. Y no encontré en los otros el mismo efecto sino uno similar: las cosas se humedecen, pegajosas, como si quisieran defenderse, exhiben una mucosidad protectora ante los miembros contagiosos.
Y lo pero de todo es que ellos con sus manos de barro chirle y yo con las heridas térmicas, molestamos al mundo, lo manoseamos, lo herimos.
¿Habrá alguien ante quien un picaporte, los botones del saco, las hojas de un árbol, las estrellas, un fusil, la luz, obtengan un brillo mayor? ¿Habrá alguien capaz de plumerear, barrer y lustrar la realidad? ¿Dónde está, si está?
...como podrás oír, está sonando el timbre.
Enseguida vuelvo.



Era el administrador del edificio que venía a cobrar las expensas. Hay gente que me irrita y otros que me rebotan. Este buen hombre me rechaza desde sus canas bien habidas y su sólido matrimonio con nietos. No sé si rechaza algo de mí, por ejemplo mi soltería cuasi solteronería, tal vez los horarios anormales... no sé. Por ahí, resulta que no es él quien me rechaza sino yo que lo reboto.
Hasta ahora he notado que hay dos tipos de personas: las que me repelen como el administrador y las que me incendian. Porque los hombres tienen su atmósfera y su gravedad, moviéndose en sistemas solares (sin sol aparente), evitando que los meteoritos del espacio exterior dañen su cuidada superficie y manteniéndose el uno del otro a distancias prudenciales. Cuando hay un acercamiento excesivo y se forman sistemas binarios entre madre e hijo, esposo-esposa, amigos, para evitar la formación de cráteres desérticos en su superficie, los hombres intensifican sus atmósferas por un reforzamiento de sus magnetismos: el mismo amor que los acerca, los mantiene a prudente distancia excluyendo una unión destructora. Conservan así una saludable cercanía que no llega jamás a comunión, son parejas, yuntas, no entidades compuestas pero únicas, son dos granos de arena en un mismo reloj.
Hay que distinguir también en estos sistemas dos posibilidades (aunque te anticipo que esto no tiene ninguna importancia): uno que yo llamo TIERRA-LUNA, un satélite o siervo en torno a su amo; otro, ALFA-PROXIMA CENTAURI, dos que están casi en las mismas condiciones, giran una alrededor del otro sin unirse, y forman a su vez una atmósfera mayor que los protege de otros planetas, estrellas o sistemas. Todos son átomos solos temerosos de la fisión nuclear. Esto me parece cobarde desequilibrio, mentiroso de equidad. En otras palabras, se la creen a pesar de estar aislados.
Bueno... ¿y yo? Yo soy un asteroide sin atmósfera donde se clava cuanta partícula inclemente flota en el espacio. A veces me salgo de la incoherencia de mi órbita y trato de acercarme, ya con humildad, ya con furia, a algún planeta, pero en estos procesos han sucedido siempre una de estas dos posibilidades que te dije antes: me he topado con uno de estos dos tipos. O me rebota la atmósfera haciéndome perder dolorido en las lindes del sistema solar, al borde de una parte de la nada; o me incendio al entrar descolocado y sólo queda de mí un fulgor efímero en la oscuridad que quizás no vea nadie desde ninguna playa o monte. Fugacidad que no estimula ningún pedido de deseo.
A veces pierdo mi gran esperanza: encontrar vida en otro mundo y poder descender en él suavemente: hallar otra clase de seres.
En fin. Me estoy poniendo insoportable de alegoría, lo reconozco.



Esto se ha convertido ya, Antonio, en una terapia, en una necesidad. Es algo imprescindible que te cuente todas estas cosas o por lo menos que las cuente aunque al final no te lleguen a vos ni a nadie. ¡Hola, Antonio! Hacía mucho que no hablaba... Claro, vos podés apretar el botón y tener una modulación propia de mis palabras... ¡qué cosa! Pensar que el tiempo desde lo que vos hayas escuchado, probablemente cinco minutos antes o un día antes, pasó vertiginosamente o por el contrario pasó tan lentamente para mí que se hizo eterno. La eternidad es la diferencia de la rutina, lo distinto de nuestra rutina: que sucedan diez episodios en el tiempo en que normalmente sucedía uno, o que no suceda ninguno en un período durante el que rutinariamente nos ocurren veinte, puede ser quizás una eternidad, o una reverberación de la eternidad, una imagen un poco distorsionada por la dificultad de la eternidad en el tiempo. Pero, bueno, lo que quería decir es que entre los cinco minutos que pasaron en esta grabación y esto que estoy diciendo ahora, han transcurrido meses durante los que no pude ni abrir la boca ni pensar ni sentir. Meses en los que me endurecí, y esto me lleva a reflexionar sobre lo relativo del tiempo: yo ahora puedo detener la grabación, apretar el stop y dejar pasar mucho TIEMPO; que transcurran unos meses y luego apretar el rec y hasta enganchar el final de una oración que había comenzado un año atrás. Quizás vos no te des cuenta, quizá solamente puedas notarlo en el tono de la voz que ha envejecido un año, dos. Pero, de qué extraña trama se urden nuestras horas: una grabación como sucesión ininterrumpida de palabras y tonos, e inmersa en ella, oculta entre los intersticios del play y del stop, un pedazo de mi vida que puede significar toda mi vida. Y a esto sumémosle los tiempos manifiestos en el dedo índice apretando y apretando con su propio ritmo y modulación MI vida.
¿Cuando vos detenés el correr de la cinta... dónde están mis palabras? Sé que esto es una estupidez, pero de todos modos... ¿en qué mundo se repiten mis actos sumergidos en esos intersticios? ¿Mientras yo hablo a través de la grabación, como ahora para vos, dónde estás vos? Tres mundos paralelos y tangenciales. Aunque no sea poético... quizá nuestra alma sea una grabación sin cintas ni botones que no accionaríamos nosotros (reemplazá alma por lo que más te guste).
Y en esta grabación, obviamente está mi vida. Según los griegos el árbol sólo existe si Homero, es decir el poeta, lo canta. Árbol, dijo el poeta y fue un árbol. Como Dios dijo luz y la luz fue hecha (si no te gusta dios ponéle BigBang). ¡Fiat lux! Y hoy, aquí, yo cuento mi vida y mi vida es en la cinta del grabador, vida aquí dentro, SOY SOLAMENTE VOZ (con zeta), vivo en tus oídos, ¡escucháme con paciencia!, cada vez que accionan el play, vivo, con el stop, duermo. Sin tu atención, no soy.



Traté de serenarme pero no fue posible. ¿Serenarme de qué?
Pienso en la distancia de la palabra dicha a la palabra oída o leída. En la distancia de la palabra fijada en un texto o grabación o lo que sea, y la suma de vida que se requirió para que un hombre coloque en el mundo la impronta de su voz, un hijo que no muere. Hay que ser filólogo o intérprete de los textos, aunque sólo fuera una carta, porque la palabra cojea si sólo la miro. Leer es elegir y debo elegir cada voz y hacerla rebotar dentro de mí: que pique dos veces en el estómago, bote pon en el corazón, en el hígado pin, en los miembros pon, en el sexo pooon, en las orejas piiin, en pon el cerebro pinpon pin.
Lo anterior, dicho en poco más de ... ¿cien palabras?, en sólo cien palabras que demoran de treinta a cuarenta segundos de tu audición y quizá dos minutos de tu preocupación, me rebotaron pinpin pon toda la tarde pon pon pin desde las tres menos cuarto hasta las siete y treinta y cinco pon pin. Y guarda, che, que no pensé más de lo que antes dije, hasta es probable que haya sido menos (por concentración en una imagen recurrente), pero lo tuve entre oreja y oreja, entre pecho y espalda, ceja y nuca, entre pelos y plantas golpeándome paf paf con ritmo cardíaco, la fuerza de sostenidas cachetadas de incontenible delicadeza paf paf para que sea en vos (con ese) quizá un pin pin sonoro o quizá un hueco y esponjoso sonido de botella descorchada . ¡Bluc!



Es plena noche. No puedo volver a dormirme. Tuve pesadillas mierdosas. Aúin no se han ido de mi cama. Mañana te cuento. Voy con ellas.



Amanece y aprieto el rec. Una necesidad fisiológica.
Hoy me siento clásico: otros días me levanto romántico de fiebres e impulsos, barroco de vericuetos, o surrealista. Hoy en cambio, creo que voy a tener un día de Sófocles y Virgilio, hoy viene a almorzar Aristóteles: una balanza apolínea en su equilibrio al miligramo. Hoy el sol trazará, como no ocurre siempre, un recorrido perfecto, de este a oeste y con sumisión inusual a su eclíptica. El sol es hoy esclavo de su destino. Hoy no ha de cometer la transgresora hybris de andar saltando moiras. Hoy no empezará, como otras veces ha hecho y tengo pruebas irrefutables y lógicas, a bailar de aquí para allá juguetón. No, hoy será un Parthenon en su ruta. Riguroso, macizo, nada simpático a los hombres (adoradores de lo efectuoso), pero heroico ante los Olímpicos.
Anoche en cambio preponderó un surrealismo de corazones mordidos y encerrojados entre temibles sombras cortadas con gillette y luces insoportables al ojo de puro yodo y flash. Una larga muralla romana, por lo macilenta y sobria, encierra en semicírculo mi visión, detrás del muro infranqueable el cielo a rayas. Dentro del recinto que intenta atenazarme, una nube señala negramente mi centro con su dedo, sus millones de deditos que empiezan a caer sobre mí, al principio indican el territorio breve de mi entrono, luego se me clavan alrededor de los pies entretejidos, ahora me caen encima, acá vienen ya, los deditos amoratados y sangrantes de niños que me pinchan más delicados que alfileres, más persistentes que el daño y en el fondo de mi cuadro cruzan aves muertas un cielo abusado de vino tinto que se resbala hacia el horizonte, ensuciándolo.



Dos adolescentes cruzan hablando de una vieja película de Woody Allen. No sé por qué me puse a pensar en las películas de cowboys. ¿Viste que los vaqueros y soldados son siempre los que ganan? Yo siempre hinché por los indios. De puro contrera, nomás. Y anti-rubio. Una cosa parecida fue la historia político-social de los últimos años: una pelea entre indios y convoyes. Se entiende que los indios eran malísimos, como bestias del infierno, y los vaqueros buenos, altos y rubios. En todo caso -tengo que decirlo aunque es obvio, perdón-, hay indios buenos y malos, cowboys ídem. Y estamos todos mezclados, los indios y los vaqueros buenos por un lado, peleándose como latinos, y por el otro los indios y vaqueros malos simulando que se odian pero intercambiándose las figuritas. Esta meresunda de pipas de la paz y winchesters, no produce nada. Solamente odio y más odio. Y nosotros, los buenos, somos los que terminamos muertos o peor aún en las reservaciones. A veces, en la calle, me parece que hay muchos que esconden las plumas pero que en cualquier momento se va a armar una danza de la lluvia. En cualquier esquina. Y vamos a volver a la persecución de bisontes indefensos.
Ahora bien, ¿y todo esto para qué, Antonio? Simple (mirá para adelante y hacé una reverencia): para entretener a la platea, al distinguido público que nos está mirando desde el gallinero y los palcos mientras manduca caramelos o franelea en la oscuridad.



Antonio, lo que escuchás está dicho con sangre. Cada sonido que emito y se graba es una gota. Cada palabra, un coágulo. No pretendo ser original (no lo soy, ¿quién lo es?), quiero curarme de lo que me duele; o mejor dicho, necesito hablar, sentir que alguien me escucha..rá, advertirte de lo que veo y palpo..
¿Quién sos vos, Antonio? ¿Qué queda de aquel adolescente que compartió sereno mis años de secundaria? ¿Sos el que eras? Seguramente sos el mismo pero con más imágenes. ¿Sabés por qué se muere el hombre? porque ve y oye. Por esa sola razón en los lugares aislados se vive más. Las cosas en la ciudad se devoran sin masticarlas ni la quinta parte de las treinta veces reglamentarias que decía mi vieja. El cardias no da abasto. El campo -o lo que eso significa y espero que entiendas sin más explicaciones- el campo es más sobrio para el hombre. es adormecedor. Se mastica con prudencia, se trabaja sostenidamente pero sin el arrebato urbano que anula en una hora de viaje las energías, muertas luego en oficinas. Las calles te oprimen. Las casas te sofocan . El cielo te da cachitos. Por eso quizás la gente se enloquezca en la alfajórica Mar del Plata: apertura, idea de inmensidad, que también se contagió de nuestro fárrago y te impide ver el mar y caminar por la playa. Mañana, Antonio, será todo densidad y opresión. Lo veo claramente sin necesidad de ser adivino ni otras zarandajas. No sé si social, religiosa, arquitectónica... o todas -las que te acabo de decir y las que se te ocurran. Pero mucho. Mucho consumo, no sólo material. Mucho quehacer, mucha filosofía pavota, literatura pavota, ciencia chabacana, periodismo ramplón, mucho, mucho. Tengo ganas de gritar. Quizá en cualquier momento te aturda con un aullido tarzanesco, porque esto me duele y no es joda. No son palabras, sí, son palabras, por ahí archiconocidas, lugares comunes, telenovelescas gansadas, pero en cada estupidez de las que me has estado oyendo hay pasión, ganas, polenta, bronca, dolor, amargura, cinismo, idioteces profundas son las mías.
No tengo oficio de orador, no sé impostar la voz, ahorrar le aire... ¡qué me importa! Quiero que oigas mis bufidos y ronqueras, mi tos de hablar rápido, las cavernas de mis voces retorcidas. Qué tipo jodido soy. Meta hablar de mí... ¿y para qué? Para mostrar lo boludo que soy. No hay caso, no sirvo para hacerme propaganda. Ni para espiar detrás de un vidrio.
Acabo, Antonio, acabo de asesinar de veinte palazos a una embarazada. Antes la violé. ¿O después? No me acuerdo. Se me confunde todo porque creo que mientras masticaba su pierna izquierda tomé un poco de kerosene para bajarla y me cayó pesado.
Ah, te despertaste, guacho. Estoy seguro de que estabas roncando con el grabador en marcha. Ahora que despertó mi niño conmovido en las fibras más íntimas de su morbo, podemos seguir charlando. ¡Atenti que no chorree más sangre el parlante! Te dije que cada sonido mío era una gota roja. Bueno, ahora que te despertaste te corto el chorro. No hablo más.
Por ahora.



"Concreto, Real" son hoy el non plus ultra de la verdad.
"Lo que digo es real, no es un sueño ni una utopía. Hagamos. en lugar de hablar. Hechos, no palabras. Seamos concretos, por favor." Y otras frases por el estilo, son claro síntoma del desconcierto, la absoluta confusión. Concreto como el pavimento, sí. Pero esas afirmaciones suprimen toda sutileza, suponen que todo se puede dividir en lo palpable y lo mentiroso. Y ahora ni siquiera lo concreto es claramente palpable porque el paisaje se hace viscoso.
El mundo sensible está descongelándose como una heladera . Si observás con atención podrás notar, Antonio, que en los bordes o la base de las cosas hay manchas de agua cada vez más grandes. Todo se licua.
Y no estoy hablando de los casquetes polares precisamente.




Me miro desde acá arriba las manos apoyadas en la mesa, escribiendo una carta sin destinatario o dibujando mamarrachos de distensión, y me parece... o no, no me parece... ES, ya nada "me parece". TODO ES, o CASI ES... y las manos, te decía, Antonio, están allá lejos, inalcanzables, aisladas, culpables, moviéndose a su ritmo, según su propia alma, aplaudiendo, acariciando, gesticulando, rascándose entrambas.
Pero al menos puedo verlas, puedo oírlas chasquear, puedo sentirlas cuando rascan la cabeza o se restriegan los ojos. Las manos tienen una cierta entidad probada por mis ojos y oidos. Pero... ¿y mi cabeza? ¿Existe realmente la carnadura de mis sesos? ¿O seré sólo espíritu con ojos y con oídos? ¿O acaso una impresión, un algo fugitivo o mágico que me simula la existencia? ¿Una sensación de vida como el relumbrar de las viejas osamentas, una luz mala que nace de la nada?
(Cuántas preguntas, parece un test laboral.)
Para mí mismo no hay certeza. Para los demás no caben dudas: soy UTOPÍA.



Un amigo sanjuanino me ha contado cómo es un terremoto. ¿Vos sabés, Antonio? Yo no sabía. Bueno, ahora sólo tengo una referencia indirecta pues no lo experimenté. Según el sanjua se oyen los aullidos de los animales, primero. En medio de la noche. ¿Por qué de noche? Luego se hace silencio e inmediatamente empiezan a retumbar en sordina los pisos, luego las paredes. Se empiezan a sentir los ruidos de las personas, golpear puertas, dar órdenes, llorar, correr. Finalmente todo se abre.
Antonio, tengo una dura opresión en el pecho y la garganta. El corazón está siendo sofocado por una almohada imbatible: a mi alrededor las paredes laten, las puertas se golpean, los perros aúllan. Se aproxima, Antonio, un terremoto quizá gigantesco pero sin grietas, un terremoto tras el paisaje. Un terremoto como bomba de neutrones: todo seguirá igual, salvo que no habá hombres en las casas ni en las calles. Quizá estemos padeciendo anticipos que nos van minando lentamente, precisamente, de-fi-ni-ti-va-mente.



La noche me amedrenta.
Recuerdo que cuando tenía catorce años fui con mi familia a Necochea: mis padres, tíos y primitos. Alquilamos un departamento en la ciudad vieja. Los días fueron hermosos, con una playa muy extensa y sin el pesado alboroto marplatense. Una tarde, en casa, me estaba bañando y cerré la ventanita para poder colgar la malla de su palanca. Mis primos molestaban abriendo y cerrando la puerta, le eché llave. Mi último recuerdo es que al enjabonarme agachado los pies, me sentí mal... Desperté, Antonio, en una cama gritando me caigo me caigo mientras me daban a tomar alcohol puro. No voy a jugar con la posibilidad atrayente de que no he despertado y todo esto es el sueño de la muerte. No, Antonio, ahora no me interesa eso sino comentarte la extraña sensación de la lenta e innotable pérdida de conocimiento y del enfermizo y paulatino despertar.
¿Dónde termina el sueño y empieza la vigilia, Antonio? Esto es lo que me amedrenta: no poder deslindar. Es una especie de esquizofrenia al revés, la mía. No la disociación de la personalidad en dos, la partición del cerebro, sino la fusión de la vigilia y el sueño, lo real y lo irreal. Tanto que a veces me parece -como en las películas viejas sale del cuerpo el espíritu o en los dibujitos animados el contorno sigue y la figura queda- que sacan de lo que veo, oigo, huelo, una capa de cebolla o un papel contact traslúcido que distorsionaba las imágenes y aparece por atrás o por abajo la realidad ocultada por el smog de nuestra incuria. Quizá sea como un papel de calcar en el que se transcribe inhábilmente la Gioconda, nos acostumbramos a la copia burda y un buen-mal día arrancan el velo, lo enrollan y nos topamos con la sonrisa. Aquella intoxicación adolescente y esta esquizo al revés me asustan por igual, ante ellas siento el terror de lo indiferenciado. Pero también me impresiona , y ya oigo tus risas, Antonio, también me impresiona lo contrario: al apoyar la cabeza en la almohada, muchas veces, Antonio, pienso o experimento miedo, no a dormirme sino a no despertar. Ese espacio en blanco, o mejor dicho ese agujero negro del dormir, indiferenciado, sin altibajos ni contrastes como la realidad, es la imagen del caos, de la indistinción que me aqueja. Ese paulatino entrar en la noche, por la intoxicación del gas, es la atontada penetración de nuestra humanidad en el submundo negro del sueño sin sueños. Es ... Solamente los sueños, las imágenes de la noche, dulces o terribles, clásicas o surrealistas, me hacen respirar.
Mi terror, Antonio, es no soñar, pasar una noche vacía en la que NO SOY.



Hola, Antonio, no sé por qué me pongo a hablarte ahora. La verdad es que te podés saltear tranquilamente estos minutos de la grabación: no diré nada. Por terapia, solamente, estoy abriendo la boca. No me duele nada, no me siento mal, pero tampoco me siento bien. Neutro. Ni uno ni otro. Es un día tibio. Digno de ser vomitado. Es un día negro como las noches sin sueño. Hay gente, Antonio, que vive toda su santa vida así, sin tirar una piedra biliosa ni dar un beso cordial. Entonces todo se gasta por nada. Uno va creciendo hacia la muerte para que se le convierta en vida o se aferra a cada segundo para escapar de la nada futura: pero dejar correr el tiempo sin altibajos es vegetar. O ni siquiera, porque los vegetales crecen, fructifican. ¿Te imaginás, Antonio, una planta que no dé nada? Ni espinas, ni manzanas, ni flores ni nada. Yo tengo muchos días así. Días enteros al final de los cuales miro hacia atrás y veo... qué veo, una neblina húmeda. Ni sol ni tempestad. Es algo demoledor. Pero si a esas jornadas le sumás la inconciencia, estamos listos. Una cosa es ser nada pero saberlo y otra es no ser, existir solito y agatas.



Miro por la ventana de este décimo piso la ciudad iluminada. La luz artificial de los focos, los negocios con sus carteles cada vez más grandes y colorinches, los faros de los autos... ¿dónde está la gente? ¿Dónde está todo el mundo? ¿Qué piensan los que viven en aquel edificio, en esa ventanita iluminada? La gente desde acá es, en el mejor de los casos, una sombra. Una sombra triste producida por las luces de autos y vidrieras, televisores azules. ¡Hágase la luz! Y la luz, Antonio, se hizo. Pero nos dejó a oscuras y sólo somos sombras tridimencionales erguidas. Muy erguidas. Sombras nada más, como en el tango. Einstein dijo maravillosamente que la Luz es la Sombra de Dios. Sí, creamos o no, es así. Debe ser así. Pero para nosotros hoy habría que decir "la sombra es la luz del hombre". Como notarás, Antonio, hoy no se me dio por la alegoría sino por el trabalenguas , ¿o destrabalenguas?: la sombra es la luz del hombre de hoy, techaba su choza.
¿Mañana qué pasará? Seremos unos dioses geniales como pensó Teilhard o unos flores de nada? Me quedo con la última. ¿Por qué? ¿Por negativo nomás? Puede ser. Me quedo con la segunda opción porque hoy por hoy los verdaderos optimistas son los pesimistas. Los que siempre ven lo malo aspiran a mejorar; los que siempre ven todo color de rosa o son tontitos o son santos. Pero estos últimos (si hay alguno que tire la primera hostia) no ven todo rosa acá. Soportan la parrilla del mundo como San Lorenzo, con una sonrisa, porque tienen puestos los ojos más allá donde todo es bueno y bello y justo y verdadero y no hay inflación. Pero generalmente los que nos olvidamos un poco de la ultratumba o no creemos en eso, somos pesimistas para progresar: caritativamente pesimistas. Religiosamente pesimistas.



A esto que te cuento le está faltando algo muy importante. Algo que quizás estés esperando ansioso. Tal vez te estés preguntando si aquello que dije sobre sentirme neutro debía llevarse también a otros planos de mi existencia. Claro, a esto le falta... sexo, sabor, ¡azuquita! Y acá viene. Esperáme un cacho que pongo un poco de música adecuada, tengo por acá una selección de temas para el caso que te va a dejar loco.
¿Bueno, escuchás bien de la musique?
Ayer a la tarde, estaba tomando un café en un boliche del centro y cayeron unas minitas que se sentaron en la mesa contigua. Empezaron a chacotear entre ellas, me prendieron en la joda y ñácate me levanté una (o me levantó ella). Anduvimos un rato por ahí, caminamos, charlamos y finalmente la traje-me trajo a casa. Todo bien. Al amanecer entró el sol por el ventanal hasta los pies de la cama. Café con mediaslunas, puchos, algo de música, charlita, nos vemos y adiós. Realmente piola, sin complicaciones ni compromisos, ideal.
Pero hoy a la tarde, es decir hace unas horas, ¡ay qué tipo que soy!, ya distendido me atacó la filosofía o la yo qué sé. El otro yo del doctor Merengue. Y me di asco. Vi la imagen de esa mujer engulléndome, vaciándome, haciéndome escapar por el knock out de la fácil. Me vi metiéndome en una seguidilla de mujeres ágiles, no sería la primera vez, por una prolongada pendiente. No hago, Antonio, un problema moral del asunto. Hago otra clase de problema moral: no me importa lo que pasaba por la mente o por el gusto de esa muchachita pero sí lo que corría por la mía. Y me parece una traición, sí, una traición de tipo social aprovecharme de la liviandad de esa flaca. Ma qué se yo, no entiendo bien el asunto. Me molesta, creo, haberme atontado, haber perdido el soberano control que ejerzo sobre mí mismo, haberme dejado llevar y olvidarme de todo. Me dio bronca (después, claro; no soy tan boludo) prestarme al juego del escape por la piel. O por lo que sea. Después todo va mejor con cocacola. Le tengo terror a las soluciones triviales y cómodas para la depresión, después me hunden más. Y francamente, prefiero la locura, es mucho más sana.



Ahora que me instalé bien te voy a contar hasta dónde me llevó lo que te dije ayer. Ya tengo el termo y el mate en mi mesita, el grabador amigo, los puchos y el cenicero (la vieja presente en su legado de manías). Entra el sol a empujones por la ventana. Hay un tema de Sibelius, no sé cómo se llama ni quiero pararme para verlo. Solamente recuerdo los nombres de dos que me gustan, "Cabalgata nocturna" y "Preludio a la tempestad". El vecino del departamento de al lado detuvo hace diez minutos un frenético martilleo; le debe haber agarrado la locura de colgar cuadros y estantes. Después fue al baño, pedorreó profusa y adustamente (estuve tentado a conectar el grabador para que los artificios y estruendos fueran una cortina musical acorde a mis palabras o sirvieran de islas publicitarias que mostraran el aspecto comercial y consumístico de nuestro intestinal género humano). Finalmente acompañó su ducha alternando aullidos de Poompeya y más allá laiinundacióon" con ¡Viejaaa, alcanzáme la esponja que no sé onde mierrrda la metistesss!" Me gustaron más las modulaciones costumbristas del último tema.
No sé de qué te estaba hablando, me perdí y no quisiera... sí, el asunto del levante y sus consecuencias. Aguantá que vuelvo enseguida, mientras escuchálo a Sibelius.



Como notarás, últimamente no me puedo concentrar. Estoy-soy disperso. Digo una palabra y en el medio de la frase se me cuelga otra. Lo que ocurre es que, según creo, necesito aclararte o desarrollarte cada pequeño aspecto. Por ejemplo: el asunto del vecino ruidoso me llevó a pensar otras cosas a medida que te lo decía. Cosas sobre el ruido anal. Quizá te preguntes adónde va todo esto. Ojalá... ¿Y qué sé yo. ¿Qué sabemos? El asunto del bochinche y los silencios me hace acordar al ahora. Nos asfixiamos en silencio. No nos sabemos callar, como lo pruebo yo mismo con toda esta cháchara. Devaluaciones, guerras, salarios, problemas domésticos, sobornos en el fútbol, bocinas. RUIDOS. Tenemos que llenarnos de ruidos. O nos llenan, en toda la extensión. Son todos cachetazos, puñaladas, gritos... enorme acumulación de sensaciones. Densidad. Todo tiene que ser denso. Mucho color, mucho ruido; pero acá adentro (me estoy señalando la cabeza) y acá adentro (me estoy señalando el cuore), nada. O peor, todo. Menos lo fundamental. Las calles son un torbellino de imágenes, las casas pura imagen. Las vacaciones, el descanso, los fines de semana hay que colmarlos de palablablablas. Sonidos, bocinas, paseos vertiginosos. Hay que verlo todo y escucharlo todo. Tener todo frente a las orejas y los ojos, ¿y para qué? Para que así no podamos ver nada, ver lo que pasa tras la cortina, oír lo que se opaca bajo el quilombo. No sea cuestión que podamos abstraer. Irnos. Mejor todavía: meternos en las cosas.
Por eso la realidad se llena de trabas y caretas que nos impiden abrir la puerta y notar los rostros. Siga el corso y meta serpentina. Introduzcamos los ojos en la tele y la ventanilla del auto. Metamos las manos en las cremas y los rouges del alma. Metamos las orejas en una lata con tornillos y sacudámosla. Pongámosla, como única forma de comunión entre uno y otro. La enchufo para encender el velador y chau, la desenchufo. Metalé nomás, meta y ponga, dále a la matraca y al papel picado, cargá el pomo y el antifaz. Siga el corso. Solamente somos fantoches. ¿Para qué sacarse la careta y romperla contra el piso? ¿Qué guarango? ¡Qué chinchudo! ¿Te sentís bien? Tomáte un valium. Y vas a quedar completamente desconectado, en orsái, gil. Un pasito adelante y quedaste pagando como caballo en el techo. Y entonces te hacen pito catalán y te putean y te tiran botellas. ¡Boludo! ¡¡Hay que quedarse en el molde, PELOTUDO!! ¿¿No ves la línea, no ves?? ¡Vas a cagar fuego, gil!
¿Y a mí qué me importa, Antonio? A mí qué. Si como fuego, veo y toco fuego, oigo fuego. ¿Qué me importa cagar fuego?


¿Qué haré contigo, Antonio? Quizás vaya a buscarte a tu rancho, sucio sureño, y te haga abandonar el pueblo al amanecer. Ya mismo, me oyes. Toma tu caballo y vete hacia la puesta del sol con tu guitarra y tu smithyweson.
¡Qué bueno si fuera así de fácil! Ojalá pudiéramos bajarnos de este tren y emprender una vida nueva en una ciudad fundada por nosotros. Al menos ganaríamos algo de tiempo, despistaríamos al mundo exterior en su decisión de aplastarnos y convertirnos en reino de dos planos. Pero esto no es una película del oeste. No somos colonos sino ancianos de un sistema que ha llegado al máximo de su expansión, virando al rojo furioso, tocamos la linde del universo, y es previsible que todo vuelva vertiginosamente al caos primordial.



No sé, Antonio, por qué estoy tan alterado. Aunque, en realidad, alterado convertido en otro no, sino ensimismado convertido siempre en yo mismo. La mayoría de la gente está, según dicen, alienada, masificada, convertida en un pastel sin ingredientes. Ellos son papas (¿viste que todas las papas tienen distintas formas? Las hay narigonas, casi esféricas, tubulares, ganchudas...) ellos son papas, sí, pero los hicieron puré. Un puré pastiche sin sal ni leche ni manteca aceite comino. Un masacote que los llevó de hermosas papas distintas (unas limpias, otras que aún parecen un pedazo de tierra) a convertirse en otra cosa: un puré que no alimenta, tibiecito de arcadas.
¿Y yo? Yo soy un papafrita, una papa neta (un papanatas), hervido en el aceite del mundo. ¿Te acordás de esas teorías sobre la forma de la tierra que nos ilustraban los libritos de la primaria al hablar de Colón ? un gran disco sostenido por Atlas o por una enorme tortuga; una planicie como isla en un mar plano plagado de monstruos; una semicircunsferencia rodeada de fuego y lava. Bueno, para mí, no es ni una esfera imperfecta como creen los científicos y todo el mundo, ni una concavidad según decía no sé qué loco nazi (lo cuentan en "El retorno de los brujos") y otros locos de ovnis que la hacen llena de antenudos o atlantes que se ventilan por el polo norte. Nada de eso, Antonio, la tierra es una sartén con aceite hirviente donde nos cocinamos los papafritas por conservar una forma distinta, y también una olla tibia donde pisotean a los paparulos masificados. Claro, todos perdemos la cáscara y andamos desnudos mostrando nuestras pesadillas. Ahora, eso sí, a los papafritas como yo, no sólo nos hacen hervir en esa infernal sartén de la que algunos salimos crudos y otros negros sino que también nos cortan en pedacitos y desmembran. Ese es el precio por conservar la identidad, ser destruido por Los Cocineros en veinte pedazos informes que debemos buscar y recomponer. Y después nos encontramos con que algo de nuestra alma o de nuestros recuerdos está tan blanco como cuando nacimos o tan incinerado que ni lo reconocemos. Pero hay que elegir, siempre: dejar que hagan un purecito tibio con vos y los otros, un puré difuso y sin límites, o verse condenado a no reconocer ni siquiera nuestras propias partes por haber pretendido seguir siendo papas...
¿Y vos, Antonio? ¿Te convertiste en un paparulo o en papafrita? ¿Conservás algo de tus formas o te metieron en el molde? ¿Serás alguna papa hermosa, con su cáscara marrón, sus pedazos de tierra original, sus suculentas curvas, sus ojos sucios como llagas, su interior blanco y carnosos, propiedades naturales y nutritivas, alguna papa que quiera tal vez ser alimento de un desnutrido o florecer aislada y podrirse para volver a su origen? Aún no encontré nada así, nadie así. Nadie. Y eso que he buscado, vivo buscando la paponia. Nada más cierto de que las papas queman. Yo soy quemante, y será por esas razón que me escupen de la boca. ¿Nadie quiere alimentarse de mí? Y acá ando, ardiente y escupido por no querer entrar en ese espantoso puré de caja con gusto a plasticola.
Disculpáme por un rato, todas estas paparruchadas me despertaron el hambre. Demás está decir que no voy a comer tubérculos.



Estoy tapado, seco. Duro de vientre. De chico me daban Cirulaxia. Hermosa Cirulaxia de rico gusto en épocas de remedios con aromas volteadores de pterodáctilos.
Pero hoy la botellita con el viscoso oscuro no me puede hacer efecto. Ni una gruesa, ni doce docenas, ni ciento cuarenta y cuatro botellitas.
Hay que sacarlo todo afuera, Antonio, como la primavera. Malo, malo, malísimo esto de estar taponado. Se te pudre adentro y a la no muy larga te viene una que miserere nos. Toda la porquería resacosa que no sirve ni a pulmones ni a músculos se te revuelve intra infectando sangre, sudor y alma.
Hay que sacarlo todo afuera. ¿Nadie quiere que adentro algo se me muera? Sacar lo que se debe sacar. Sacar lo que se pueda.
Toda esta concentración de mierda, síntesis de mierda, habría que sacarla afuera para que adentro nazcan cosas nuevas. Pero no hay cirulaxia que me haga sacarlo todo afuera como la primavera. Toda esa comida podrida que ingerí. Esos frutos tardíos, esa carne grasosa, vino agrio, leche cortada. Ese pan enmohecido. ¿Qué me quedó? ¿Qué alimento sacó mi sangre de lo podrido rancio vencido cortado maloliente?
¿Qué mierda de mierda se forma como detritus de lo pútrido? Y yo he estado, y voy, rumiando esa bosta de bosta, ese estiércol de estiércol, mierda al cuadrado. Hay que echarla toda afuera; como la primavera, como el otoño, pero este invierno verano mío me pudre con su calor, me abomba, me hiela y calcina.
Quizá, mientras a mi alrededor todos andan con colitis de caracol en harina, yo deba irme como un gran sorete afuera como la primavera para que adentro nazcan cosas nuevas.



¿Qué me importa que se rían y me llamen el mareado? ¿Qué me importa que no se rían y no me llamen de ningún modo? Que me importa mucho por mí y por ellos. Que me importa un montón porque hasta puedo justificar que se rían de un rengo quizá más por nervios que malaentraña. ¿O alguien me va a vender que cuando ve un mogólico no intenta dejar de mirarlo? Pero es un reconocimiento por contraste. Una identificación. Una prueba de salud y cordurra. A don Quijote le tomaban el pelo: ¡dichosa edad y siglos dichosos! Hemos perdido la capacidad de locura. Hoy, loco es el que viola un chico. La locura con ritmo de Puch, Robledo. O el que pone una financiera y en vez de ir a la cárcel por estafador va al Romero, Melchor . Tres meses y adiós. No, tonto, ese no va a ningún lado. Va al extranjero.
La vieja y trillada locura del único cuerdo, hoy ni siquiera tiene reconocimiento. Nadie le da pelota al rayeta. Hoy sólo existe el loco esquizofrénico y el loco esquizoide. El loco exquisito como este servidor que te habla, es inservible, loco.
Dios guarde a la reina. Y al alfil y al peón. Y si te asusta, Antonio, este canto final o no le encuentras sentido, podés cambiar el dial.
Y a la hora del naufragio y de la oscuridad alguien me rescatará... ¿Alguien me rescatará para ir cantando? ¿Cantando al sol como la cigarra después de un año bajo la tierra?



¡Alguien me está por rescatar! Creo que no son imaginaciones mías, locuras entre comillas. Por mi cielo han pasado cometas naranjas, pelotas de fuego. Y luego, creo, Antonio, que vi una bengala. Este tronco carcomido y polvoriento me sostiene. En su mitad podrida estoy pero me ayuda. Pasan más cometas ardientes. Sólo puede auxiliarme la carroña de este olmo que ya derribó el torbellino, que ya tronchó el soplo de las sierras blancas.
Alguien me está por rescatar. ¡Vi una bengala! ¿Sí?
¿Sonó el silbato dando fin al partido, referí?
Adiós, adiós me iré a navegar, me iré cantando, cantando al sol como la cigarra después de un año bajo la tierra.


No. Sigo acá solo. Afuera no hay nada. El mundo es una ilusión de movimiento y gente. El paisaje es únicamente un telón burdo. Y estos spots no harán crecer ninguna planta.



A veces me dan lástima los defensores, Antonio.
El arquero, aunque interviene cuando ya casi no queda nada por hacer, puede lucirse. Es distinto, personal, puede usar gorra, vestirse como se le canten, agarrarla con la mano. Tiene coronita. Los demás jugadores no pueden manosearla y son castigados en caso de hacerlo. Si le llenan la canasta puede acusar a la línea de cuatro, y los hinchas se la creen.
El delantero puede ser un farolito, parado ahí todo el tiempo. Un patadura fenomenal que la empuja un par de veces adentro y sale en la tapa de todos los diarios. Ligan patadas, es cierto. Pero quedan como víctimas y todos nos compadecemos.
¿Y el marcador de punta? Siempre me pareció una figura triste. Corriendo al habilidoso, tirándose al piso, intentando robar la pelota. Cuando se come un caño es una penetración festejada por todos los machos de la tribuna. Y si lo llegan a pasar una sola vez, adiós.
Como un general criollo, el arquero vive apoyado en el poste, cruzado de brazos, gritando a sus compañeros. Lejos de la acción, saca brutalmente la pelota. Fuera de acá, vamos, raje que me compromete. ¿Y si ataja un penal? Se convierte en el Salvador del equipo.
El triunfo pasa por la delantera. Y los tristes defensores no tienen mucho que elegir: o se convierten en tremebundos pataduras que revolean el fútbol y el rival a cualquier parte, parodiando al guardameta. O asumen su papel de apoyo a los que la mueven. ¡Malhaya triste destino el jugador argentino!
Pero todos esos viejos peligros quedaron atrás, Antonio. Ahora los que nos ponemos el pantaloncito y el número en la espalda somos solamente METÁLICOS JUGADORES DE UN GIGANTESCO METEGOL. Manejados de afuera. Bailoteando en un estúpido molinete que da sensación de movimiento. Jugando contra uno mismo. Logrando solamente marearnos de cuerpo y alma. Pero la masa se cree Maradona y somos sólo un producto de la desquiciada siderurgia nacional, y una expectativa muerta hasta que ponen la ficha, salen las siete bolas y gozamos delirio de deporte.


No sé que voy a hacer con este palabrerío que estoy grabandote. Enumero distintas posibilidades:
Compro tres metros de soga, busco el árbol más alto del parque, hago una horca y cuelgo el casete para que penda con la lengua afuera como escarmiento para cualquier iluso.
Podría construir un barrilete... pero sería demasiado peso. No.
Cometo un robo de Rififí al revés. Me pongo una polera negra, un pantalón negro y gorra negra. Amparado en las sombras de la noche voy a revolear la soga (que sirve también para la primera opción) , la engancho de la terraza de Lutz Ferrando. Llevar bolso con herramientas. Haré en el techo un boquete de treinta y cinco centímetros de diámetro por donde me voy a deslizar al interior. Con el material electrónico de mi misión imposible me veo anulando las alarmas. En un glorioso final con música de suspenso, cha chan cha chaaan, dejo en la vidriera las cajitas que contienen todo lo grabado. Incluida mi confesión, apellido, nombres, seudónimo, nom de guerre, grupo sanguíneo y, fundamental, el electroencefalograma.
¿Cuál va d o e? No importa. Podría ir a la verdulería del barrio y deslizar el o los casetes entre la paja del cajón de manzanas para que los venda a tres por un peso.
Se los mando al presidente de la Nación con una carta explicatoria y el título: Top Secret, Watergate Cósmico, This side up, Manténgase en lugar fresco.
Etcéteras, Antonio.




No hay nada a qué aferrarse: Nada es sino lo que no es, leí por ahí. "Lo hermoso es feo y feo lo hermoso" dicen las brujas de Macbeth. Y es una realidad. Es un mundo demoníaco donde todo sigue un ritmo; otro, pero ritmo. No menos confiable para entender la realidad, que la belleza perfecta donde lo hermoso sea hermoso, y lo feo, feo. Se puede ser cuerdo en el mundo de las brujas o en el angélico. ¿Pero aquí hoy? ¿donde la hermosa flor es de plástico? ¿Donde la mina que está más fuerte, Antonio, la que te vuelve leña, es un brasileño operado? (operado, si tenés suerte, si no te opera él a vos). Donde la bondad no es tal sino idiotez; la belleza, inexpresión; el arte, vistosidad; la maldad, pose, y así podría seguir enumerando hasta agotar el casette.
La realidad es una alegre apariencia de risa externa de payaso y por debajo del maquillaje...
La realidad es una triste apariencia de lágrimas de cocodrilo que tapa burla en ebullición.
Y ojo, Antonio, que no hablo de gente falsa. No. Ese es un problema moral. Esa no es mi preocupación. Mi desgarramiento pasa por ver en los sucesos y casualidades, en lo eventual y en lo preparado, histórico o cotidiano, la máscara del mundo. No la de los hombres, que dura menos que el carnaval. La del mundo que me presenta héroes de traición; triunfos sobre horribles derrotas; paisajes decorados; temibles malvados a los que acusan dedos bondadosos y sólo se encubre la bondad difícil opuesta a la apatía buena. Nada es lo que parece. Lo otro soy yo. Los árboles añosos de la realidad aparentan techumbre y son cilindros de fórmica.
No me sorprendería descubrir que la luna de los poetas ha sido cambiada por una gigantesca lámpara que colgaron allá arriba los USA (tenemos un problema Huston).
Si tuviera que elegir hoy una imagen que represente nuestro vínculo con la realidad, Antonio... la realidad, la realidad no es un cenicero. Es más real el miedo que el paté de foie. Martín Fierro y mi sueño de ayer son y están más que el ciclamato y las várices. Chesterton decía que empezamos negando lo invisible y terminamos creyendo que no existe Australia.
Bueno, no sé adónde iba. Te dije que soy disperso.
Tenía que ver con la representación de Cristo en la pintura. Mi barniz culturoso, más los fascículos coleccionables, me permiten guitarrear en varias cuerdas sin tocar bien ninguna.
Y hablando de esencias, estoy sentado encima de las mías. En el inodoro.
Haciendo fuerza, sentado en el trono, reflexionando sobre lo divino: acá tenés a un hombre. El presente nos propone pensar así y a no olvidarse de tirar la cadena. Si no, la otra es filosofarse encima.
En la pintura medieval la realidad aparecía, también Cristo, perfectamente contorneada y superior, o patas arriba. La fe dividía el camino. Indudablemente. O con Dios o con el Diablo. O perdiéndose en la selva del mundo pero con clara conciencia de arriba-abajo.
Después eso se puso viejo como una casa y los vecinos renacentistas y barrocos adornaron el antiguo patio con muchas macetas multicolores. Claro, después de tanto colorinche, se pone nervioso cualquiera. Y así fue que los románticos, tras un obviable paréntesis, lo hicieron a Cristo niño, o pintaron ciclones.
Hoy, quizá, la imagen más representativa de la divinidad sea ese dios en la cruz, muerto, y en un escorzo tremendo al que sólo ve desde arriba su padre. El acá es nada más que un desarmado y doloroso lugar de dos dimensiones, incoloro. Guernica.
Pienso que lo eterno, no puede estar retorcido y confuso. Serán nuestros ojos los que se han puesto bizcos y ven todo doble, o se habrán puesto cíclopes y nada tiene perspectiva?



Antonio, tierra falta de melodía. Sin colores, solo negro y solo blanco, y todo así fuerte y duro sin olor tampoco, sin persona ni ayer-mañana-hoy. Tampoco profundidad. Hecho de frente mundo plano. Dando solamente una cara, no hay nunca error ni acierto, ni riesgo. Solo una cara que no cambia sobre (junto a) paisaje blanco, negro, inmóvil, luz que deslumina todo quieto.
Ver pasar cosas como perfiles. Ver no cambiar nada: ver como con ojo solo uno, pirata, acá cerca pero con catalejo, todo tuerto; oír sin melodía como con oreja sola una, no en estéreo sino en mono.
Oír como ver tuerto blanquinegro ahora acá.
¿Dónde está acá? ¿dónde allá? Acá está allá y acá juntos. Caminar también es tuerto. Hablar es poner cara junto a cara y arriba o al lado globito con texto. Todo sin atrás y sin delante de. Todo así como se ve. Todo es esto que está acá enfrente ya. Y andar, andar en la noria; no descansar es inteligencia hoy acá.
Hay dios acá también, acá está: todo esto que está acá ahora ya blanco negro es dios. Dios es Ahora Acá.
¿Y cómo son por acá? Acá, habitando casas no como cubos sino como cuadrados. Diálogo infinitivo impersonal. Sin matiz, tiempo, persona. Pintar es hacer raya.
Aclarando: acá longitud altura hay, haber hay. Hay largo y alto, pero falta el número tres, es todo dos. Por eso todo es acá ahora par. Al alcance de la mano, punta de dedos, todo cuadriculado. Como reflejarse en un espejo (río muerto)
Esto es solo dos dimensiones. Largo, alto. Profundidad no está, no hay, no es. Mundo yuxtapuesto. Sin raíz, todo apoyado en la raya nivel. Dibujo de árbol es árbol acá.
Todo fijo como ando endo ado ido ar er ir. Todo blanco o todo negro. Todo ahora o todo nunca. Memoria tampoco. Música en papeles, Antonio.




La realidad, Antonio, empezó a agredirme desde muy chico. Descolocado frente al resto. Una madrugada, yo tenía cuatro años, me desperté y vi junto a mí, sentado en la cama, algo. Era una persona, o más bien el contorno de una persona. Como un dibujo hecho con tiza, o un reflejo en el agua (en el aire). Tendría unos cincuenta años y lo que más me llamó la atención y todavía tengo grabado es que tenía anteojos. Unos anteojos comunes, vulgares, que desentonaban con su aspecto general. No parecía ser un ángel bueno, no daba el phisique du rol; ni un demonio, lucía una tímida y bonachona sonrisa. Estuvimos largo rato mirándonos sin decir ni hacer nada. Podía ver a través de él la ventana, el gran ropero provenzal, sin distorsiones, nítidos, callados. Nunca más volvió a aparecer, aunque siempre lo esperé. Quizás fuera un mensajero de algún lugar de dos dimensiones, pienso ahora. Tal vez de muchas dimensiones y yo lo veía así. Me infundió una inmensa sensación de paz su figura exótica con anteojos de barrio.
Por supuesto que no dije nunca nada a mis padres. Qué lindo, era tu angelito de la guarda. Portáte bien, eh!
Quizás todo esto que los demás no ven o simulan no ver o ven y no lo dicen, y yo sí, provenga de una excesiva sensibilidad. Una receptividad enfermiza. Pero de todos modos, que yo sea hipersensible, Antonio, no niega lo que ocurre alrededor. La hipersensibilidad, en todo caso, no es una mentira, sino recepción más sutil o anticipada.
El primer recuerdo que tengo es un techo blanco, con friso, y una gran cama con una colcha trabajada en bordó y verde. Yo estoy acostado boca arriba. Por averiguaciones que hice (era en una casa de mis abuelos paternos) yo tenía allí, a lo sumo, Antonio, seis meses. Por momentos se me viene encima con tal fuerza ese recuerdo que se hace presente. No vívido o fuerte o como si lo viera. No. Actual. Estoy echado de espaldas sobre la cama y todos mis sentidos sirven solamente para ver la blancura ornada del cielorraso y la frondosidad donde yago. Intento en esas ocasiones abstraerme pero estoy vacío como si faltaran segundos para dormirme.
El entorno es un enorme boxeador de peso completo y yo un alfeñique que se tapa la cabeza con un diario.

Acá transmitiendo desde mundo plano. Por ondas planas de electro plano. Raso, chato, horizontal, lineal, sin pozo, cima con c, sima con ese, relieve. Hay brillos de mucho brillar. Luces de bambalinas, no de estrellas. Carteles rojos sobre muros grises. Acás esta cerca dolor de muelas, rechinar de dientes.
Todo monótono, Antonio.
Cárceles cuadradas, triangulares, círculos.
Sintaxis sin subordinadas. Nada es sutil. Todo neutro. Bondad, no complicar. Santos ineptos.



Las puertas se van cerrando en torno. Brutalmente. Son macilentos bloques de madera. Dura, vieja, llena de herrajes, oscura. Seguramente están apolilladas pero se ofrecen como perfectas a los ojos descuidados.
Y en la barbarie císmica de su ritmo, hacen saltar los goznes.
Pero algo pasa ahora. No, aquí hay otra cosa. Distinta. Se abren hacia el otro lado, desbordan el marco. Casi agradables. Como movidas por un viento de flauta traversa. Sencillas, nuevas, enteras. No son románticos violines los que suenan. ¿Estás oyendo, Antonio? Son esas quenas del norte. Pegaditas a la tierra, aéres como el cóndor que pasa. Y es sólo un dulce silbido vegetal el que mueve las puertas abriendo lugares nuevos. Es nada más un instante. Un largo segundo que no existe. Todo vuelve ahora a la dureza anterior. Las puertas son de nuevo cachos bastos de madera bruta. No hay quenas.
Pero no veo a nadie. Estoy solo, encajonado.

Hay luces como piedras. Ojos espejados. Orejas ecos. Tacto de hormigueo. Sensibilidad de quesos. Música toco-toco. Cocorococó. Hormigas en manos. Reberveración en oídos. Azogamiento visual. Piedras son luces.



Sufro un enterramiento prematuro.
Afuera, los vivos pasean su humanidad. Ríen, lloran, aman. Acá, dentro de los ataúdes, solo veo multitudes de gusanos y huesos blancos que ya no soportan el leve peso de la carne. Y yo vivo aquí. Vivo mi muerte sin que nadie me oiga gritar ni golpear las paredes ni rasguñarme la cara. Salvo vos, Antonio. Creo que sos mi medium.



Algo se aquieta acá, Antonio, en el borde del acá (siempre acá). Manchas raras mueren encima del ahora aplastándolo más. Monstruitos torpes con carteles rotos muriendo tontos arrasando todo más aún. ¿Puede existir un mundo de una dimensión? ¿con gentes con almas y sueños de una dimensión?
Los monstruitos más planos de historieta se mueren en una raya solamente.
¿Y ahora comenzará todo de nuevo pero mejor? ¿o seguirán los silogismos de glucosa, el pensamiento contranatura, diccionarios de misterio donde flor es amor y niño cariño? La ciencia del alma creará fórmulas para la sonrisa. Por supuesto lengua ecuménica. Por supuesto gobierno planetario. Hermosísima vida babeante jadeante reptando en la arena. Inhalaciones de beatitud. Amistades palpables. Amor de apilar.
El paisaje:
Almas maleables. Pluralidad deshabitada. Multitud inanimada. Cantidad vacía. Infértil abono.
Las horas:
Inundación de pentagramas muertos. Traca traca la campana. Pájaros toco toco. Arquetipos sordomudos. La realidad orzuelo. Intestinos color. Tumores color. Grabadoras de aromas. Degustación de toscas. No verbos. No adjetivos. Inyecciones bucólicas.



Antonio, explotó mi departamento. Bluuum. Los bomberos no pudieron hacer nada porque no notaron nada. No sé si existirá alguien que hubiera logrado salvar mi casa. Alguien que al menos me asegurara mi propiedad.
Estaba sentado, ayer, mirando por la ventana, distraído como no lo había estado desde la niñez. En otra cosa. En la observación ingenua o idiota de lo que está afuera de mí, en mi periferia o circunstancia. Divertido como una vecina ante la vidriera. Con la ñata contra el vidrio gozando con los juguetes que cantaban "con tantos chicos afuera, qué hacemos en la vidriera", cuando sentí una explosión a mis espaldas: hubo un leve crujir de ladrillos y madera, un chirriar de fierros.
Y en medio de un humareda brusca aparecieron ellos con sus nubes. Primero me sonreí, luego me sorprendí. Finalmente volví a una tranquilidad que no creo haber tenido nunca. Una tranquilidad llena. La neblina se me fue despejando a medida que pasaban de no sé qué mundo fantástico al ambiente familiar de mis tribulaciones. Entonces hubo frases melodiosas pero caóticas que profería cada uno de ellos o cada grupo. Todos cantaban como en los momentos previos a un concierto, antes de la batuta ordenadora. Todos prefiguraban retazos buscando la unidad. Había frases en distintos idiomas, nuevos o muertos, y en un rincón -junto al espejo del ropero- alguien con lentitud honda musitó "latens deitas", mientras surgían sólo el viento te harán sentir, the night before y una música sin voces pero llena de voces junto a una multitud que se me perdía, todo en mi departamento, en la impotencia de abarcarla.
Sonó la batuta tres veces mientras las músicas diversas y las voces diversas se convertían en universales. Todo el principio, Antonio, se borró o no funcionó el grabador o no fue exactamente audible. Después de una especie de murmullos que borré al grabar esto, empieza lo de ayer:
...acá hay mucha gente. La habitación parece no tener límites. Las multitudes se agolpan y apretujan hacia la lejanía como extras. Un doloroso murmullo se balancea sobre las cabezas de miles y miles que ESTAN JUNTO A MI. Poco a poco las guturaciones se armonizan en un himno que... que me resume mi historia y la de otros como yo.
Un himno que ruge, y duele, Antonio, y cuyas notas trompean y dan patadas de santa furia. Y mientras te cuento con mi lengua, todo el resto está inmerso en adoro te devote. Pero a pesar de la garra hay una tremenda dulzura. Tiene todo el dolor y toda la bronca por la injusticia y todas las lágrimas de ternura. El himno de los que sufren sufrimientos abismales. Visus, tactus, gustus, in te fallitur, sed auditu solo, tuto creditur. No sueño con serpientes, con serpientes de mar, sino que están aquí la voz que las canta y que me susurra casi acerada de bronca que las serpientes en sus barrigas llevan lo que pueden arrebatarle al amor, lo que puede arrancarle al hambriento de ojos tristes.
La multitud me está haciendo vibrar. Cada uno de los miles que cantan toma uno de mis nervios, una neurona, un pedazo de mi piel, una raiz del pelo y me los SACUDEN. Aquel trenza mis fibras y las tañe, este toca el tamboril sobre mis glóbulos. Todos toman mis recuerdos y los cuelgan al viento y el viento los hace flamear, arrancarse de las sogas y remontarse como barriletes. Una voz me castiga y descubre llorando conmigo en un abrazo que LOS SUEÑOS PERDIDOS ME DUELEN AHORA CUANDO YA NO ES HORA DE QUERER SOÑAR. Y con otro más entrelazados, decimos APENAS QUISE PONERME A SOÑAR ME MANOTIARON EL SUEÑO. Y ahí viene otro, nos abarca a todos, los cuatro cantamos NO ES QUE NO VUELVA PORQUE TE HE OLVIDADO, ES QUE PERDÍ EL CAMINO DEL REGRESO.
Y nos sumamos a una lucidez más clara que la de un pobre oficinista, la lucidez del que está al borde de la locura por culpa del mundo, la quijotesca lucidez de ver gigantes y adorar a una inexistente Dulcinea. Y ahora acá lo noto. Lo estoy viendo, acá solamente hay personas. Este es mi aleph. No geográfico ni cuantitativo sino musical. Aquí alguien me canta al oído EL GALLO PINTO SE DURMIÖ Y ESTA MAÑANA NO CANTÖ, TODO EL MUNDO ESPERA SU COCOROCO. Y todo es coherente, Antonio, todo reúne ilógicamente lo dispar; lo traba y armoniza.
Siento como este criollo que los otros, los de afuera, me han colgado de la pared y yo soy, quizá yo solo, tal vez no sea solamente yo pero es individual, cada uno, TESTIGO DEL ZAFARRANCHO, como aquel sueño... en este sueño que aquí se aproxima: estoy haciendo la conscripción pero nos han mandado a todos a un potrero vacío donde jugamos al fútbol. El sueño no es ahora sueño, está pasando ahora-acá. Este chiquero que no veo sino que está aquí mientras lo pienso. El partido consiste en algo absolutamente planeado de antemano para lucimiento del teniente. Yo la agarro acá, te gambeteo así, ¿ves? La levanto y a vos te hago un sombrerito, la bajo acá, me sale el flaco aquel, vení che, ubicáte en tu lugar, te hago un caño. ¿Listo? Sí. Después de varias horas de practicar bajo sus puteadas, no sale a su gusto. ¡De frente, marchen! Es el amanecer. El la toca, nos goza, se la cree, nosotros caemos, nos enchastramos en el barrial. Vomito. El estómago se me sube hasta la lengua, lo largo abriendo brutalmente la boca y sale a rebotar por la canchita. Me doy vuelta como una media y luego huyo de asco. YO FORMÉ PARTE DE UN EJÉRCITO LOCO, TENÍA VEINTE AÑOS Y EL PELO MUY CORTO, PERO MI AMIGO HUBO UNA CONFUSIÓN PORQUE PARA ELLOS EL LOCO ERA YO. ¿Así harían la guerra, Antonio? Todo es escenario y me pongo la galera, zapatillas, smoking porque para ellos el loco era yo, empiezo a saltar y bailar aunque DEBERÍA SER FORMAL Y CORTÉS cortandome el pelo una vez por mes. Pero I' m a looser . It' s been a hard day's night. Vos dejá que algún chabón chamuye al cuete que pasó el tiempo del firulete. Y sigue el circo. Pero escuchá, escucha, Antonio, prestáme mucha atención que no hay escenario ahora donde todos bailamos ya y chivamos a lo loco y revoleamos los zapatos. De pronto ya todo quedó sin paisaje, la nube que vuela, el tiempo de amar, y todos queremos correr sobre una autopista que tenga infinitos carteles que no digan nada. Queremos quemar de a poco las velas de los barcos anclados en mares helados porque los sueños perdidos nos duelen ahora cuando ya no es hora de querer soñar. Y el conjunto de suplicantes implora Quiero ver, Quiero entrar. Quiero estar contigo nena. Porque when I'm home everything seems to be right, qué ganas de encontrarte después de tantas noches, qué ganas de abrazarte, qué falta que me hacés . Salí tras ti clamando y eras ido. Espera que las sombras se hayan ido, nena. Tal vez esta sea la noche anterior y ahora sólo estemos en la calle de las sensaciones.
Del fondo de la multitud surge un gorjeo matinal que va creciendo y multiplicándose en bocas que primero balbucean y luego gritan TIEMPOS VIEJOS, CARAVANA FUGITIVA, ¿DÓNDE ESTÁN?
Y una explosión derriba nubes de mármol y destrona vientos de hielo con un himno que grita que el mundo fue y será una porquería ya lo sé y la multitud se pone ordenadamente en movimiento, me da la espalda hasta lueguito con su rencor, mi viejo rencor, no repitas nunca lo que via decirte, rencor tengo miedo de que seas amor. Rencor estoy seguro de que sos Amor. Y antes hubiera quedado triste, fané y descangayado, con ganas de llorar en esta tarde gris, pero ahora no estoy solo, all together just now, over me...



Antonio, ahí tenés todo grabado. Tenés el murmullo de la multitud, el rugido de bronca sin respuestas, el candombe de alegrías a pesar de todo. Habrás podido escuchar los zapateos del bailongo al que nos arrastró la melodía, el repiqueteo llorón por nuestras cuitas. Todo esto fue más real que la realidad. Esa es la realidad. No lo otro: lo otro, lo que nos envuelve es un mal dibujo, y una copia estúpida y sin matices, y una película contada, y una historia narrada por un idiota, y un sintetizador de la música de las esferas.



Hola. Ya cené. Y vos, ¿no habrás comido papas? No? Realmente poético, hondamente lírico lo de las papas. ¿Te acordás, paparulo?
Hace un rato bajé a la rotisería a comprar fiambre, al fiambre, y me topé a la vuelta, en el ascensor, con una vecina del noveno, justo el departamento de acá abajo, que me contó aún impresionada la visita y robo que le tocó en yeta. Parece que entraron dos o tres tipos, sin forzar la puerta, y se pasaron el fin de semana acá, sabiendo que la pobre mujer viajaba a ver a unos parientes. Por supuesto se tomaron todo, le vaciaron la heladera, le despelotaron toda la casa. "Vaya a saber las barbaridades que hicieron, metí todo en el lavarropas por las dudas" dijo, y estuve a punto de preguntarle si el colchón también, pero contuve mi estúpida sorna a tiempo. A pesar de todo, incluida la previsible exageración, debe ser espantoso que se te hayan metido y vivido en tu casa, así. "Me da asco tocar cada cosa". Calmesé señora. Y cómo quiere que me calme, m'hijito, si esos repugnantes manosearon toda mi casa. Y además ahora cuando abro un cajón, cuando busco una ropa, ay Dios, pienso que otros se metieron en lo mío, en mi vida y...
Cuánta razón tiene, señora, cuántos ladrones se nos meten a vivir adentro, en los recovecos, y nos toquetean los recuerdos, manosean amores, ensartan los sucios dedos en mis llagas. Cuántos nos invaden el íntimo reducto, nos ocupan y espían...
-Realmente repugnante que se metan en lo único que tenemos, en lo único que nos pertenece.
-Ya veo que usted me entiende, joven... gracias. Dijo, entrando en su departamento. Y cuando me disponía a subir al décimo porque bajé con ella en su piso enfrascado en la charla: "cualquier cosa que necesite, venga. Si no nos ayudamos entre nosotros en estos trances..." Gracias, respondí y subí las escaleras pensando en el abismo que hay entre sus invasores y los míos, y en la gentileza y caridad que me ofreció inútilmente.



Me siento cansado, abrumado. Las espaldas se me quieren caer para adelante, se me vuelven del revés como pulóver. En la cabeza siento un dolor generalizado. No, no me duele, no me duele la cabeza; la tengo cansada e hinchada, llena. Los músculos, neuronas, nervios, huesos, arterias, venas, cabellos, ojos, están agobiados de haber visto, peinado, movido, trabajado tanto. Tengo el dolor del cansancio, ¿qué aspirinas y genioles podrán curar estos traumatismos?



Estoy árido. Cada semilla que tenía acopiada se me ha convertido, Antonio, en un grano de arena. Había en mí un semental fructificable. Capaz que mis futuros árboles sólo hubieran sido cardales o cañas de la que algún pibe hiciera barriletes. Pero ahora, qué hago yo con este erial de innúmeras células muertas. Solamente esperar que recorran fatalmente mi reloj de arena, o tal vez quede la esperanza de hacer con ese vino agrio e intomable un vinagre bueno. ¿Se puede todavía sacar de los desiertos la materia para un vitral?



Esta mañana me propuse un viaje al interior. Mirarme por adentro. El grabador está en el centro equilibrante.
Vuelvo a proponérmelo. Los ojos se extinguen de habitación, ventanal y mesita se absorben como en un agujero negro. La ciudad entera va ascendiendo como la cortina metálica de una carnicería para mostrarme sus vísceras acresadas de moscardones. Los ojos se bajan o levantan dándoles al mundo idiota, el blanco idiota del cristalino. Blancos de mortaja los ojos, vuelven la espalda indiferente.
No hay luz.
No quiero mirar para atrás -para afuera. Todo ha girado y me encontré repentinamente con una oscuridad que me hace lagrimear.
Extiendo tímidamente un dedo (nada), abro con temor la mano que tenía empuñada (no), estiro el brazo recto, directo, agresivamente hacia delante (ALGO: siento que mis dedos acarician mis arterias). Extiendo el otro brazo y descorro mis venas superficiales, son lianas. Estoy en la selva. Noto ahora que la música que dejé afuera me ha abandonado. En mis oídos se introduce lenta, torpe y dolorosa la partitura. Entran raspándome graves corcheas y bamboleantes semifusas.
Estoy en mí, procreándome.
Los ojos se acostumbran paulatinamente a la negrura. No es tal sino exceso de luz.
Hay muchos mundos, pero están en este.
Por probar nomás, voy a exclamar mi grito. Veo palpitar las neuronas, alejarse y volver bruscas (¡ahora!). Me han cacheteado admonitoriamente.
Ordeno a mi rodilla derecha erguirse y al pie adelantarse suavemente, sobre patines en un piso encerado. Me estoy moviendo, me estoy recorriendo sin dolor.
El padre de mi tío nos contaba para que mi primo y yo nos quedáramos tranquilos unos minutos, la historia de su operación... ¡Acá está con nosotros, don Carlos! Acá está Juan tironéando de mi camión. Largáaa. ¿No pueden jugar sin pelear? Fue él, tía... salíiii. Bueno, basta de gritar, carajo. Si empezó Juan, te doy una piña en el ojo. Epa, salúte la barra, ¿qué pasa? Fue él, don Carlos, no tarado fuiste vos. Paren, escuché que se iban a pegar en el ojos y me acordé: ¿les conté lo de mi operación del ojo? Resulta que me lastimé este ojo, ven. Y tenían que sacármelo para arreglármelo y ponerlo de nuevo en su lugar. ¿Sí? ¿No? ¿En serio? Sí, y cuando en la sala de operaciones el doctor me sacó este ojo y lo puso arriba de una mesita blanca, yo veía mi ojo allá y me veía acá mismo mirándome el ojo. ¿Sí, abuelo? No bobo, son macanas. Es cierto. Salíii. Andáaa.



Ayer y hoy salieron en el diario comentarios sobre el tigre del zoológico. Parece
que se muere en cualquier momento. Me conmocionó la noticia. Es que se me va irremediablemente mi pasado feliz de chico con helado paseando entre árboles y jaulas . De asombro ante la magnitud incomprensible del elefante buenazo o de un hipopótamo feísimo que se asoma a la flor del agua. Con él se me mueren la bicicleta, los partidos y piñas interbarriales, el robo de frutas al tano cabrero, escapadas al monte de eucaliptos. Y sobre todo la ingenuidad, ay Mambrú qué dolor qué dolor qué pena. Se muere el gurrumín. Pero se muere, se muere, Antonio. Se me muere el hilo que todavía tenuemente me ataba a él. Sólo me queda un recuerdo helado. Una película que me gustó diez años atrás y ahora es una pavada.
Hace calor, voy a abrir la ventana...



Ahora entra un vientito cálido que te da una extraña sensación de frescura. Como si el cuerpo incendiado se arrojara a una pileta de agua caliente.
¿Oíste ese portazo a mis espaldas? Fue mi niñez. Hasta no hace mucho había una rendija por donde se colaban emociones viejas. Ahora hay un vidrio triple. Con la agonía y muerte del tigre, todo se me va muriendo inexorablemente.
Los encargados del zoológico le comentaban al cronista del diario que estaba resignado a morir. Fijáte vos, Antonio, se arrancó las vendas y los puntos que le hicieron para curarlo. Naturalmente arrasó con esas extrañezas que intentaron prolongarle una vida acabada. Conejos de Noruega se arrojan al mar para preservar la especie. Se suicidan porque no alcanzan los alimentos.
Mi niñez se ahogó. Y el remanso de los juegos dio paso a nuevos juegos más peligrosos y menos divertidos.



Antonio, tengo una descompostura espantosa. Hace tres días que me la paso vomitando. Lo más extraño del asunto es que digiero la comida pero a la noche me despierto sobresaltado y tengo que salir rajando al baño. Y nada, che. Vomito bilis. Me vuelvo a acostar y un par de horas después la misma historia. No importa que coma papilla y caldo o una milanesa de la terminal de micros. Da lo mismo que tome leche, agua, whisky, hormiguicida. Lo llamativo es la periodicidad: prácticamente una vez por mes. Hace un año, no, dos años, me asusté y fui a ver al médico. Que esto, que aquello, que será una úlcera, que será el hígado que será nena que será varón. Será lo que deba ser. Total, que perdí tiempo y sobre todo dinero. Primero un clínico, después un gastroenterólogo, después. Cosa rara el cuerpo de uno, decía mi abuela.
El miedo me lo curé cuando por otra supuesta enfermedad me saqué la licencia en el trabajo. Fue así: me descompuse un día en pleno laburo y me llevaron al gabinete médico. Me atendió un muchachón aburrido por los camelos que se inventan en cualquier empresa o repartición para escaparse un par de días. Nos pusimos a charlar y después de darme algo así como Reliverán o similar, me sentí mejor y siguió la conversación. El tipo estaba chocho por tener con quien hablar un poco y que no fuera un viejo pesado de contaduría de los que se enorgullecen del tamaño de sus cálculos y bolos, ni tampoco un piba piola de mesa de entradas que quiere sacarse un jueves y un viernes con un mohín seductor. El doctor me dio cátedra de otros caso similares y en tren de confianza yo le conté. Y ahí fue que me dí cuenta. En medio de mi declaración me avivé. Bueno, no vayas a creer que descubrí la rueda. Una pavada, nomás. Pero para mí fue un hallazgo que de tan evidente me sorprendió. Y a él lo dejé boquiabierto. No sé si ya te hablé de esto, Antonio, se podría llamar sinestesia. A menudo me pasa, te la hago simple: oigo colores. Veo perfumes. Y todos los etcéteras sensoriales que se te ocurran. ¡Cuando le conté al médico! Lo tendrías que haber visto, entre la nariz y la comisura derecha le latía la piel. Algún nervio dormido desde sus épocas de universitario que se le despertaba con el recuerdo libresco. Recompuso el rostro aunque el tic le siguió unos instantes. Mientras esto le ocurría yo estaba lo más pancho. El tipo me dio seis meses de carpeta siquiátrica, previa presentación de electros y estudios que te ahorro. Yo quería a toda costa conseguirme una hoja grande de diario y hacerme un sombrero napoleónico, sacar la lengua de lado, caminar a lo Chaplín, de todo para hacerlo feliz dandole un cuadro completo: no solo lo que él había visto en los libros, sumarle la televisión, los chistes gráficos y el cine de Curly, Larry y Moe. Lo que se dice una historia clínica completa.
El pobre galeno no entendió que la droga está en el paisaje y la esquizofrenia y la neurosis en el mundo físico, no en mí. Si le hubiera dicho esto me habría dado dos años de licencia con goce de sueldo, viáticos y premios por cada recaída.
Si prendo la tele y siento olor a mierda mezclada con un incendio en una pinturería, ¿soy yo el loco? Si miro un cuadro de dos pesos y oigo los gritos desenfrenados de la inquisición y los hornos crematorios y el amor de una jauría de gatos, ¿estaré yo loco? ¿La lija gruesa en mis ojos, se cura con Valium, camisas de fuerza o Siberia?
El mundo exterior me está gritando desenfrenadamente, patético a los ojos; me está quemando las papilas de mis orejas; las yemas y las mejillas saben desquicios y oyen voces cavernosas. No soy yo el loco. Las cosas están sobresaltándose, mostrando sus ánimos, sus almas, hartas de la indolencia de este ser inanimado llamado hombre. Los adoquines forman en las calles paisajes sangrientos que varían cada mañana, cada tardecita. Es más, en ciertas avenidas, por ejemplo en 44 entre 14 y 15, si te sentaras en la rambla podrías ver escenas de asfixia.
Las piedras y las viejas vías y las maderas y los alambrados y los bancos de las plazas y las rocas de la luna están excitadísimas y te aporrean en cada esquina. Las sombras se violentan. Porque el hombre es una pelota playera multicolor y fofita, que se la lleva la brisa más suave para allá, la trae el vientecito para aquí. Se pincha de nada. Eso es el hombre. Eso somos.
La cosa más pelotaria, pelótica y pelotuda que se te pueda ocurrir. Meta rebotar nomás. Poing poing. Fofitos, poing. Blanditos. Poing. Inconsistentes. Poing. Con incontenibles ansias de trascendencia que nos llevan a elevarnos hasta platónicos tres metros de altura. Poing. Poing. Poing. Con una fuerza interior -un poing-, un alma -o poing-, un ánimo -también denominado poing-, un hálito y un aliento -dos poings- capaz de ser exhalado si chocamos con otra pelotita o con una piedrita o con una plantita. Poing.
Es para la gran mayoría de pelotita un espectáculo hermoso, tiene muchos colores , no te da zozobras. Transmitido toda la jornada por los canales capitalinos y más de dos millones de repetidores en el interior y exterior del planeta. Poing.
Te dejo un rato, Antonio, me han venido ganar de recargar mi alma: bajo rebotando al kiosko a comprar cigarrillos.



Mientras subía en el ascensor venía pensando en que no te di a conocer mi súper hallazgo. ¿Qué fue lo que descubrí mientras el doctorcito azorado recorría las imágenes de sus prestigiosos testuces medicinales, eh?
Estas descomposturas mensuales que ocupan el diez por ciento de mis días son un magnífico sistema de autodefensa. La enfermedad que yo debería contraer es cáncer de estómago o adyacencias, provocado por el bombardeo de un contexto agresivo que trata de mantener sus acciones en el anonimato hasta el momento indicado. La bilis, aliada de mis pensamientos, sale a blandir su corrosiva espada a mi favor. ¿Y de qué libro podrán estudiar esto mis queridos aprendices de brujos? ¿O me van a curar con hepatalgina, papafritas?
No sé cuánto tiempo durará esta heroica resistencia. ¿Cuándo caerán mis murallas ante las trompetas de Jericó que interpretan los alrededores? Solamente espero poder conservar el ánimo hasta que te advierta todo lo que debo.
Algo así como lo que, según los yankis, hacen los rusos con los enemigos del sistema: los acusan de locos. Y es completamente lógico el razonamiento: si el comunismo es el paraíso terrenal, los opositores están chiflados. El infierno, o al menos el purgatorio, de la troika balalaika es Siberia. Allí pueden realizar su descenso ad inferos los solieniskys. Como antes fue para los nazis el horno. Como hoy es la teve para el orbe consumista. Todo sistema tiene, por absolutista, su consecuente loquero.
Si quieres, amigo mío, realizar tu canto sexto y descender al Reino de las sombras; si tú, joven argentino, entre dos y ochenta años, quieres mandarte una katábasis de puta madre, sólo debes poner en marcha la magia de la televisión. Okey, allá vamos al camión de interiores, cambio y dentro. Muy bueno su descenso. ¡Fueerrteee ese aplauuuusoo!



Siempre aprendí siguiendo dos procesos no excluyentes. En primer lugar me enseñó mucho la observación. Te advierto desde ahora, Antonio, que esto va a sonar pedante. Viendo una película con un buen actor, sé que me podría convertir en un intérprete medianamente bueno. Me he destacado jugando al fútbol (en cualquier puesto), al básquet, al metegol, las cartas. Todo por saber mirar. Aprendí a nadar solo, mirando. Un día en el club, me tiré a la pileta y conteniendo el aire, echado de vientre, floté. De ahí en más llegué a nadar todos los estilos, a hacer tres mil metros o cinco mil por día. Lo que me interesa lo aprendo bastante bien con observar a los que saben hacerlo.
La otra punta del ovillo está en ser loco. Imaginar, improvisar, trabajar frente al espejo. Tirarse a la pileta, solo. Mirarse a uno mismo y corregir, ambas cosas son muy útiles. Pero, hay algo que aclarar: no soy pedante, sé que hago bien todo eso porque hay algo que me ayuda y que está clavado en mí. Como otros saben hacer dinero, ser felices, ser estúpidos, sabios... porque llevan el estigma de la avaricia o la beatitud; yo soy un ser mimético. Mimético primero, después creativo. Llevo la semilla de SER muy ahondada. Copio nutriéndome. No imito todo. No calco lo exterior. Trato de absorber la esencia. Pero ser YO es terrible para VOS. Hay que ser ESO, ni YO ni NADA. Ser eso es fácil, cómodo, no jode. Ser eso cada día estimula y sienta bien. Ser YO es terrible porque para el otro significa que yo soy YO, no TÚ o lo que el otro quiera. Yo no cabe en los escaques que le dictamina el otro. Yo crea sus reglas de juego. Si quiere camina como peón para saltar después como caballo o se hace reina. Ser YO es muy doloroso, pero es lo único que podemos hacer.



Hay días durante los que la gente no se va quedando quieta como en cámara lenta, ni la plaza se vuelve amarillo gris y me tiñe el mundo. Durante esos días las caras de los individuos no manifiestan su verdadero rostro imbécil.
Pero siempre pasa algo. Siempre ME pasa algo. Siempre ocurre algo que por sí o por niente me quita el sueño. Cuando todas esas cosas no suceden, cuando la realidad física no se llaga con mis manos ni se pegajosea, aparecen las fotos.
¿Viste, Antonio, cuando en una revista trucan una fotografía y le ponen a un cuerpo una cara que no corresponde? Exactamente eso me pasó esta tarde.
Ese cuerpo que va ahí corresponde a esa cara que viene por enfrente montada en una cobertura de traje como muñeco de torta. Esos rasgos finos y ese pelo descuidado no van con las manos, cuello y piernas.
Hay algo, es todo, que no encaja. Hay alguien, tal vez nosotros mismos, que hemos seccionado a las personas y les hemos mezclado los pedazos.
Acá hay millones de rompecabezas con las piezas en cualquier caja.
Fatalmente ellos no lo notan.
Yo, sí. Fatalmente.



A veces me parece que la luna se va poniendo roja de vigilar las mareas y las menstruaciones de un planeta semirroto en su ecosistema, masturbado en su espíritu. El sol se enfría día por medio y se apagará sin duda mucho antes que los millones de años que le otorgan los científicos. Y se muere porque es insoportable andar creciendo las plantitas y que te las pateen los atilas y que se las morfen solamente los cresos y que te las imiten burdamente los mercurios. Es que en este partido la Luna y el Sol se repliegan ante la maldita ley del orsái humana. O tal vez haya algo más allá de los inquilinos del planeta y sea la mismísima tierra la que va frenando su órbita o la va acelerando desmesuradamente y deja descolocados entre días largos noches largas días-noches bruscos, al resto de los jugadores del enorme estadio.



Pensar, Antonio, que el hombre se sintió orgulloso creyendo que el universo giraba a su alrededor. Se sintió y más o menos se siente ahora también, y supone que las estrellas van dando vueltas ancilares en torno a esta maravilla de gran bóñiga. Pensar, Antonio, que nuestra galaxia está en la liga amateur. Y nuestro sol, una estrellita de morondanga en un lugar de morondanga en una galaxia de morondanga. Y alrededor de esta pequeña estrella, un planeta chico con una semivida que se esfuerza solamente por hacerlo pelota. ¡Y para colmo, somos latinoamericanos! El inodoro del globo, según nos hicieron creer. Y para más colmo todavía, argentinos de la Capital. Ni siquiera tenemos el aliciente de un paisaje propio: la desolación santiagueña, el vacío del sur, la inmensidad del agua. Un pueblo frente al río enorme y no sabemos pescar. Sólo nos dedicamos a la bolsa y el curro viviendo de los otros que nos traen la fruta y la carne como los indios a los del fuerte.
Francamente alentador vivir en un rincón minusválido del globito segundón de un sol de quinta en una galaxia tonta. Ah, a eso sumále que esto no es la Grecia heroica, ni la Jerusalén de Cristo, ni la Edad Media de los juglares, el Renacimiento de Leonardo... Es, iba a decir la Edad Media de la Inquisición. Iba a nombrar el Taigeto, los esclavos, pero ni siquiera somos eso malo grande. No. Somos el siglo veinte cambalache, del sacro chicle y el magno consumo de huevadas.
¿Cómo está el clima?
Fenómeno.



Y el partido es un empate penoso. No hay tiros en los palos, ni arqueros voladores, sino ocho mediocampistas que se encadenaron al círculo central. Los minutos se dilatan.
¡La hora, referí!
Un pelotazo de cuarenta metros cae sin ganas en las manos del arquero allá lejos del arco, en un extremo lateral del área grande, llena de minas antipersona. El arquero le pega un patadón, la bola cruza toda la cancha y cae como en espejo en las manos del arquero allá lejos del arco en un extremo lateral del área grande.
En la tribuna no hay hinchada. Sólo consumidores de coca y panchos.
El relator se desgañita e inventa mil metáforas, trae estadísticas, compara, recuerda, anima. Por eso la gente tiene pegada una radio a la oreja y no mira el partido que tiene ahí.
El árbitro, Antonio, se apiada de todos nosotros y pita tres minutos antes. Pero, lamentablemente, hay un alargue reglamentario. Por muerte súbita.
Un final de gol gana donde nadie hace un gol.